TEMPRANO

Me he despertado temprano.

También el sol

madruga estos días.

Intruso colándose por la ventana,

un atrevido rayo de luz

permanecía arrodillado

a los pies de la cama.

Te miraba bondadoso,

en el origen de la liturgia

sobre los arrecifes de tu rostro.

Olía a pan recién hecho,

al perfume arrebatado

por el beso infinito

de tus sueños tranquilos.

Convertido en un enano

de proporciones ridículas,

he bajado por el tobogán

de tu nariz respingona,

retozando como un crío

en el césped de tus mejillas,

asomado curioso a las persianas

de tus ojos que siempre miran

el lado amable de las dificultades.

He abrazado esas pecas amarillas,

granos de trigo fértil

hacia futuros abundantes,

esa carne roja juguetona

en la fractura de tu boca.

¡Me sentía un gigante

 encaramado en la cima

 de las horas serenas!

Y tú dormías.

Ajena al tiempo,

a la oración del sol,

al olor del pan crujiente

sobre tus campos benditos,

quién sabe si viajando deprisa

en un tren de cercanías.

Dormías.

Golpeando mi coraza,

sacando a relucir

un poquito de grandeza

de mis playas vacías.

¡Casi sin hacer nada,

abrías de cuajo

los paisajes de la trilla!

Temprano,

era temprano.

Madrugaba el día

en la levedad silente

de esta habitación gloriosa.

Y yo estaba despierto,

entregado en tu costado,

dando gracias a la vida.