De pequeño se me daba bien el fútbol,
era algo que me surgía natural,
casi innato,
y me gustaba,
sentía orgullo por ser el primero
en ser elegido para el equipo
en la pista del parque,
sentía que destacaba en algo,
así funciona el ego de un niño.
Luego empecé a fumar,
me creí mayor de lo que era
y ocupé otros hábitos,
de los que no vale arrepentirse,
me hice inquilino
de otro tipo de enseñanzas.
Luego cogí un cuaderno,
me puse a hablar de mí,
y ahora me parece
que el dominio de la pelota
era mucho más fácil que el del bolígrafo,
y que como aquellos viejos balones
con los parches descosidos
y ya asfixiados,
sin aire,
sin nadie que juegue con ellos,
mis palabras también van a morir,
han venido a morir aquí concretamente. . .