Amaneceres rotos,
por la violenta cresta de los rascacielos,
el sol que se desploma en sus ventanas,
tiñendo las aceras de sangre y malva su reflejo.
Y quedan todavía los faroles insomnes,
recogiendo secretos,
confidencias de algun enamorado,
del nocturno suicida sus más trágicos versos.
¡Quizá la noche nos perteneció,
pero el amanecer nunca fue nuestro!
El borracho retorna ya a su cueva,
y aquellas meretrices con rasgado liguero,
caminan con difuso maquillaje,
como tristes payasos del infierno.
Las esquinas se llenan de ataúdes,
y la noche desnuda sus últimos espejos,
los callejones llenos de mentiras,
secan al sol sus más sucios deseos.
¡Quizá la noche nos perteneció,
pero el amanecer nunca fue nuestro!
Los ángeles caídos revuelven las basuras,
pisando a cada paso nuestros besos,
el amanecer quema nuestras sábanas
y clava sus agujas en mi pecho.
Y mientras, ya despierta, fugaz, te desvaneces,
retengo entre mis brazos a tu espectro,
y es que acaso fue breve nuestra mitología
y no existan sendas entre tu cuerpo y mi cuerpo.
Son estas las cicatrices que deja tu ausencia,
después sólo un roto amanecer y un sol ajeno,
y el desgastado aroma de tus labios.
y una vulgar tendencia al desconsuelo.