Tus labios son como el coral
carmesí que cubre con su manto
las profundidades del ancho mar,
y acaso serán ellos los que mi llanto
con trémula dulzura beberán.
El blanco de tus ojos se parece
de algunas conchas al nácar irisado
y el azul de tu iris me estremece
con su fulgor tan temprano.
Es tu cabello de oro crespo una fuente
que brota del candor de tu frente
como un géiser indeleble
que emana erotismo constantemente.
Tu epicúreo cuerpo es manantial de mis deseos,
tu imagen se aparece en mi pensamiento
como un espejismo de oasis en el desierto
que se desvanece al poco tiempo de verlo.
Ah, náyade solitaria en tu belleza,
conocedora de grutas secretas,
de ríos, fuentes, lagos,
parajes inhóspitos y solitarios;
solitarios como tu belleza.
Oh, Diosa entre las féminas,
de naturaleza ligera,
ante el peligro siempre alerta,
de piel marmórea y tersa,
tersa como tus pechos,
acariciados por el viento,
y ese viento será mi aliento
cuando los devore a besos...
ah, ¡qué sensual sacrilegio!,
el "carpe diem" bajo tu piel...
¡y yo sin saberlo!.