Raído, en la reclusión apocado.
En una oscuridad descubierta
a la mañana, cuando a tientas
buscaban el par de calcetines
o cuando si se da por el orden
revolviesen las prendas como
en juegos malabares.
En esos momentos entraba la poca luz que
la negrura permite.
Y pese al vaivén, él se mantenía inmóvil,
sereno del mejor futuro esperado
en una flácida, desordenada aunque
milagrosamente ilusa y cándida mente.
Retenido en su arte de jugar con las manos
con medios fáciles cual pudiera ser papel, cartón,
plásticos u objetos inútiles, realizaría modelos cariñosos
buscando la burda aprobación que elevara su riqueza.
Mientras tanto, entre-telas restaba al olvido
atisbando su suerte en necias conjuras
que el poder de su alojamiento permitía.
Paradójicamente presintiendo, como si
su infantilismo se desterrara y se cubriera
de personalidad férrea, pensaba, que algún día,
al hacerse la luz en busca del desgarbado orden,
diesen con su ser y llevado a otros mundos,
perdiera el calor, el amor, la ilusión y hasta su propia vida.