Trilogía: Así llegó y se fue. IIi Pérdida y Duelo

Hoy… ya no más.

No hay un mañana para mí.

Llevo impresa su piel, aromas de amor

y esencias que van y vienen como olas de añoranza.

Los idus fríos de octubre se la llevaron,

fue hoja desprendida y tronchada por el viento,

arrancada de los árboles que crecieron en mi huerto.

La eternidad se ha vuelto un invierno perpetuo,

un bosque desnudo donde los pájaros han callado

y la luz se esconde tras el eclipse de su ausencia.

Las olas de su recuerdo siguen llegando

Manteniendo húmeda la orilla de mi memoria,

espumas de dolor, destellos de alegría, añoranza

triada asimétrica sosteniendo mi transición

en este mar, desliz de incertidumbre.

Permanezco, desgarrado y paciente,

en el abismo que nos separa,

mientras el destino, cruel y envidioso,

arrebató sin compasión lo que fue mi renacer.

Sus promesas, antes raíces vivas,

ahora filamentos secos hundidos

en la tierra estéril del olvido.

Naufrago en mares de silencio,

aferrado a la quimera de que la eternidad,

alguna vez, me devuelva lo que el tiempo,

voraz y despiadado, arrancó de mis manos.

Quizá, cuando el último pájaro

se atreva a cantar en mi bosque desnudo

y la primera brizna de luz atraviese el eclipse,

entenderé que el amor verdadero…

nunca se va del todo: ¡Permanece transformado!

Se mantiene en la savia secreta de los recuerdos

en la esperanza, aunque parezca imposible,

sigue necia, en compás de una espera

ominosa, cruel, despiadada…

¡Pero mía!