La tarde jalona un poniente azul,
transforma el día
y lo prepara para una noche
negra y fría.
La panza de la tarde
está llena de suspiros
que se atan a los días,
son las viejas melodías
las que se acostumbran
a vivir bajo el cuidado
de quien siempre las cita.
Todos nos iremos,
los amores serán apagados tizones
en las chimeneas de la vida.
Un aliento y una sonrisa,
y es que oigo a las aves retornar
de sus diarias aventuras,
me sirve de marco una ventana
y al otro lado un árbol,
que está allí
desde que uno recuerda
ver entre sus ramas nidos
que en si
eran parte de mi niñez,
en aquellas otras culturas
espartanas y crudas,
de los habitantes de una España
que ahora solo habita
en la mente de quienes ya somos
algo más de tierra
y menos de lo que despunta.