LAS AMAPOLAS Y EL VIEJO

Junto a estas amapolas había
un enjuto cardo borriquero.
Y en una de sus ramas secas,
allí cantaba un jilguero.
A mí me pareció triste.
A mí me pareció viejo.
Y es que como un obseso repetía:
Amapola, amapola, amapola.
Amapola mía yo te quiero.
Y yo le dije:
No tengas pena pajarillo
si un ramito yo me llevo.
Que son para una mujer
que parece bajada del cielo.
En su cara lleva la aurora.
La noche negra en su pelo.
En sus ojos la caricia
que hace al hombre prisionero.
Son sus labios rica miel.
Su boca estanque de fuego.
Sus manos son mariposas
suaves de terciopelo.
Y de su cuerpo escultores
quisieran tomar el modelo
para crear aquélla escultura
-con la que siempre soñaron-
pero que esculpirla no pudieron. Oyendo esto el pajarillo
quedó callado y en suspenso.
Y al poco, de sus ojos ya cansados,
lágrimas de dolor le cayeron.
Porqué lloras pajarillo
Porqué lloras.Qué te hicieron.
Lloro porque en este campo
por su amor vivo prisionero.
Ella viene cada día
en bandada de jilgueros
y entre las amapolas gusta
jugar con sus compañeros.
Yo tan sólo la miro
y feliz soy al contemplarla.
Pues se me hizo viejo el cuerpo
pero es muy niña mi mirada.
Y por ello, nunca quisiera
que las amapolas faltaran. Pero tú, llévate ése lindo ramo.
Que si ella es como dices,
jamás una flor silvestre -junto a ella-
más feliz podrá sentirse.