Tus rutina en mi piel.

Señora mía, de las tardes calurosas
del señuelo perfecto que a mi paso ponías,
cuando al roce de tus ojos y tus manos presurosas
buscaban escapar a la rutina de los días.
Señora mía, que a tu belleza incansable
nadie reparaba ni en tu verdad se dormían
los duendes del deseo que en tu piel palpable
moría en mi sed de amarte a escondidas.
Señora mía, que en mi eras joven nuevamente
y a mi caricia tenue tu piel revivía,
bajo tus faldas mis manos paseaban ciertamente
cuando mis ojos a tu cuerpo en virtud desvestía.
Señora mía que a tus años de rutinas
en mi sed encontrabas el escape impetuoso,
y en cada tarde de verano besaba tus pupilas
rodeando tu atardecer con el amor de mis ojos.