Ella se fue, se fue como si nada,
como si hubiera estado muy urgida
de entregarle al Señor, al fin, su vida
y de hacer de los cielos su morada.
Vino la muerte lúgubre, callada,
con el sigilo de una blanca herida
y aquella luz, constante y encendida
-alma de Cisne siempre enamorada_
cubrió de sombras y el dolor es mío
y es mía la tristeza, mío el llanto;
pero también es mía la esperanza...
Princesa Cisne, déjame el rocío
que entre tus plumas era verso y canto
en tanto que asimilo tu mudanza...
Heriberto Bravo Bravo SS.CC