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EL VISITANTE.
Temprano entra por la ventana o por la puerta,
sañudo y perverso, mirando extasiado los alrededores,
inspecciona un momento y luego con altivez decide
entrar a los aposentos,
mirarse en los espejos,
saltar como un ebrio sobre los armarios;
se arma de cuchillo y fieltro, socaba la despensa
y como no puede fumar un tabaco,
salta sobre el sofá,
musitando una endecha,
mira con sospecha
a los dueños de casa
y decide enclaustrarse en su estancia de luz,
con ojos burlones, anteponiendo su antipatía
a cualquier desdén de los habitantes
a quienes desaloja y les impone silencio
acostumbrado tal vez a mandar en los vientos.
Cada mañana sin faltar llega desalmado y perverso
a inmiscuirse en las cosas mundanas.
Se sabe travieso,
ladrón y confeso
se enfunda el disfraz de sabueso
y con flamante frescura, se pavonea por los recovecos
de los corredores.
Se sabe sentenciado y sin embargo,
avanza como un pato, meneando el cuerpo;
desafiante, acude a toda suerte de triquiñuelas,
con tal de engañar
entrar y asaltar
sin ninguna conciencia;
menudo y fino, se esconde en los jardines
planea en silencio el asalto y la farsa,
después se pone a escuchar la guitarra
lo conmueve al canto de la cigarra
y andando travieso se entretiene,
en las pequeñas Figueras junto a la ventana;
parece embebido,
se sabe perdido
cuando lleguen los vecinos,
pero más que un ladrón de goce empedernido
es un ser de traje enfundado,
gabán y sombrero,
pinta de encomendero.
Este asaltante, despiadado y fiero,
es un gorrión que sin pensarlo dos veces,
asalta mi casa, camina despacio,
como si nada,
escondido en su inocencia,
y su cómplice ausencia
de virtud y conciencia.
Se sabe un soldado,
centinela de las aldabas del tiempo,
sutil madrugada entre tálamos muertos,
ternura infinita entre rubios cerezos,
y entre tanto trajín
de dulzuras sin fin,
me resigno a pensar,
que de algún modo me viene a avisar
que su muerte está cerca, como mi final.
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