Me sujeta un lamento obstinado,
que no es mío,
pero que ha irrumpido repentinamente.
Sentado en la vieja silla
me siento atado a un pasado extinto,
viendo que las horas se suicidan.
La tarde quiere esperarme despierta
a pesar del ritmo apresurado
que le imprime el tiempo,
para ayudarme a entender lo que es distinto.
Tal vez el corazón habla muy bajo
y no lo escucho, por eso
no puedo descifrar el enigma.
Pero llega la noche y se lleva todo:
el lamento, las horas, el misterio.
Hay cierta paz si no lo siento,
sin el frío incandescente que transmite
orientado a purificar la rosa.