No había flores, el último poema se despegó por soledad de la Cruz y lucía maltrecho entre la maleza que ya florecía... Llegó el nuevo año. Enero tres fue diferente, se agotaron las visitas y las lágrimas y se acabaron igual los temas a compartir, aquellos temas que empezaban con nostalgia y acababan invariablemente en sonrisa envuelto en tu paternal e imaginario abrazo. Mamá aceleró su reencuentro contigo vía soledad y olvidó, vía distancias y nostalgias, sin más llanto ni sangre para derramar. De pronto, escribirte ya no fue suficiente, de pronto vernos ya no llenó vacío alguno en aquel corazón. Maldito diciembre que por fin murió. No supe de nadie más, quizá no éramos tan fuertes como creíamos ser cuando ustedes nos arropaban, Ni el abandono fue accesible como pensamos, ni vimos por nadie más. Abrazados a esposa e hijos nos aislamos nos dividimos nos olvidamos, nos perdimos. Los teléfonos murieron sin timbrar y no se deslizaron notas bajo puerta alguna. Por eso entiendo que no había flores, por eso el último poema de despegó de tu cruz y lucía maltrecho entre la maleza que ya florecía. Yo me cobijo con las febriles risas y cierro fuerte mis ojos pretendiendo que no hay fantasmas en la sala donde todas aquellas reuniones, fantasmas que llegan y se acomodan, abren los vinos y arman atriles, sonríen frente a su carpeta de canciones, prenden veladoras y cantan bajo el triscar de unos dedos que marcan: Dos, tres cuatro... Ignorando la nota que clavo en mis miedos: -"lárguense ya, no estoy para nadie!!!"-