Su cuerpo vacío
yacía sin vida
en un frio lecho.
Y yo mientras tanto
moría de rabia,
de rabia por dentro,
mientras repetía
con loca agonía:
“Dios mío, no es justo.
¿Qué daño hemos hecho?”.
Sobre mí caía
el blanco sudario
que envolvía su cuerpo.
Que negra la noche,
que negro el silencio,
que negra mi alma
al perder su aliento.
Volaba en mi mente
su vida y mi vida
mezclada en un cuento.
Su risa, su llanto,
su voz, su regazo,
eran como estacas
que se iban clavando
dentro de mis huesos.
Ya no volvería
a bailar con ella,
ni a mirar sus ojos
y meterme dentro.
Ni a tocar su risa
con las manos llenas.
Ya no volvería a estar
Junto a ella.
Y yo repetía
con loca agonía:
“Dios mío, no es justo.
¿Qué daño hemos hecho?”.
Pero allí yacía
su cuerpo vacío,
callado y sin vida
en un frio lecho.
Y entonces pensé:
“hoy sé que la muerte
no tiene remedio”.