Que la palabra te llegue al corazón,
que tu corazón tenga la palabra,
que tus labios desnuden su voz,
que tu voz desnude tu alma.
Que los extraños se quiten la careta
y los postizos colmillos del miedo,
que nuestra sonrisa tire las muletas
para poder sonreir hasta a los ciegos.
Que no nos avergüence la ilusión,
que no nos calumnie el deseo;
Uno no siempre es menos que dos,
pero en medio cabe mucho anhelo.
Que indultes el allanamiento de mirada,
que no me deshaucies al olvido,
que no me den portazo tus pestañas,
ni te molestes si te digo:
Que hay alambradas entre los cuerpos,
que hay abismos homicidas,
que hay besos indefensos
más fuertes que las heridas.
Que hay miradas como espejos,
que hay espejos que no nos miran,
que hay soles inmensos que, de lejos,
sólo nos parecen lucecitas.
Por eso quisiera acercarme a tí, Irene,
pero nunca terminé de encontrar el derecho
a pedirle nada a quien nada me debe
pero de quien todo lo quiero.