Cabizbajo pasó un hombre
que no llevaba encima
más lujos que una ilusión,
con las manos escondidas
(ni siquiera acomodadas)
hundidas en los bolsillos
remendados, desgastados,
de un viejo y malhumorado,
triste y frío,
pantalón.
Al llegar donde habitaba,
aquella mujer “sin cara”,
(pues tenía oculto el rostro
por su especial condición)
se paró y alzó la cara,
pero al gesto, su mirada,
perdida o desorientada,
ni siquiera acompañó .
Notó el sol de la mañana
oyó el canto de las aves
y escuchó con voz muy suave
que ella lo saludó,
igualmente la señora
supo que aquel la miraba,
aunque los ojos que alzara
fueran los del corazón.