Yo busco ser
el ondular de las olas
que va rasgando afónica
la espuma dormida
que se extiende exhausta
sobre la blanca calma
de una tarde en agonía;
ésa que ya casi no besa la orilla
sino que la arrastra
en su alocado devenir,
mojándola de llantos inmóviles
y de angustias sublevadas
aferrándose para no morir ahí
en donde se mueren las olas
de un mar adormecido.
Y más allá,
existir, detenido sobre la queda sonrisa
de la aurora en el sosiego,
desgarrar la fría tibieza
de mi tiempo hecho ternura
para hurtarle a la noche
sus sueños cansinos,
y es que en las fechas idas
de una historia sin forma
ser la callada lágrima
que una tarde sorbió el silencio.
Y trocar espacios y soledades
por el lento hartazgo de mis besos
para así colmar de caprichos
el continuo batir del viento,
mordiendo la acariciante congoja
de sus bordes bañados
por madrugadas olvidadas;
aquietar la brisa húmeda
que escapa de tantos insomnios
y así aferrarme a ella con las manos sangrantes
y los labios muertos;
cabalgar sobre el vientre
de otro amanecer
y quedar, después,
rendido sobre la extensa calma
de su voz hecha lujuria,
para ser al fin
la leve fantasía que se nutre,
una y otra vez,
del raro palpitar
de interminables desvelos.
Yo quiero detener
el vuelo insospechado
de la blanca ternura,
que se entrega sin sentido,
en el cálido barbotar
de los versos idos
para traspasar muros de nieve
en el lento descorrer
de anhelos sollozantes;
despintar atardeceres
con la inagotable fuente
de mis infinitas y fugaces quimeras
porque lejos de las coplas
que asoman coronadas de tiempo,
quiero ser la insaciable caricia
que aguarda la noche
para sucumbir…eternamente
y ser,
en una noche,
el principio y el fin
en el tardo excitar de tus ideas
la ingobernable quietud
que busca mi voz:
para no morir.