El día de mi nacimiento
fue un día inolvidable:
la enfermera (muy amable)
¡tuvo un desvanecimiento
cuando vio, con sentimiento,
mi estado tan lamentable!
El médico me tomó
por el extremo del brazo,
en una forma precaria,
y a mi madre le explicó:
"me temo que hubo un error,
lo suyo no fue embarazo;
más bien era solitaria."
Mi madre, entonces, me vio
con miradas de ternura
y al doctor le contestó:
"por mí, ¡tírelo a la basura!"
Fue entonces cuando intervino,
muy oportuno, mi abuelo
y a mi madre reconvino
(para mi feliz consuelo):
¡No hija! ¿te has vuelto loca?
¿Cómo lo van a tirar?
¿Te has puesto, acaso, a pensar
que puede volvernos ricos?
Lo podemos alquilar
para exhibirlo en un circo.
Fue así como me salvé
de una muerte prematura;
ahora, al ver cómo me fue
¡preferiría la basura!
Mi papá no se atrevió,
mi madre se puso necia
y, mal envuelto, me llevó
a bautizar a la iglesia.
El sacerdote me vio
y con mordaz humorismo
a mi madre preguntó:
"¿Seguro quiere un bautismo?
A mi juicio, este bebé
amerita un exorcismo."
Todos lo tiernos papás,
cuando nace el primer hijo,
lo llevan, pequeño, al templo
y le dan gracias a Dios
por tan grande bendición.
Mi caso fue la excepción:
a mi también me llevaron
¡pero para reclamar!
y hasta dejarme intentaron,
oculto, tras el altar.
No sé ni cómo crecí
(no me quería ni mi abuela)
pero, al fin, un año fui
por vez primera a la escuela.
En vez de darme un lugar
como a los demás alumnos,
la "Profe" me iba a guardar
todos los días tras un muro;
no los quería asustar
pues yo parecía un canguro.
Una vez les pregunté
a mis padres si me querían,
me dijeron: "Nos caes bien"
y luego, una grosería.
Hoy recuerdo con nostalgia
mis tiernos años de vida
mas, sólo de vez en cuando;
recordar me da neuralgia
y mi cabeza, dolorida,
ya me lo está reclamando.-