Nunca llegues a mis años
(y no me refiero a cifras,
los números son lo de menos)
yo me refiero a otras cosas:
las penas, los desengaños,
la amargura y el hastío;
el mundo que un día fue mío
ha cambiado en modo tal
que mis sitios conocidos
ahora ya los siento extraños.
Mis amigos fallecieron
al paso de la jornada
y mi alma, enamorada
ingenuamente del amor,
acabó (por el dolor)
en la triste encrucijada
de aquel que no espera nada,
amargado y con rencor.
Siento que pasó mi tiempo,
que ya no seré más el de antes,
que se me agota el aliento,
como a aquellos caminantes
que remontan dura cuesta
en la montaña de la vida.
Siento a mi fe ya perdida
y no me atrae más la fiesta.
He sido torpe al vivir,
me equivoqué en tantas cosas
que ahora son tan dolorosas
de recordar y sentir.
He desperdiciado el tiempo
y, peor aún, el sentimiento,
derrochando sin medida
mis energías y mi vida
en tonterías que ahora lamento.
No lo puedo remediar:
a veces, el desaliento
me obliga a reflexionar
y a detenerme en mis pasos;
hoy me pesan más los brazos,
no los puedo levantar
con la anterior energía,
ni con el mismo entusiasmo
ni con mi antigua alegría.
La tarde se vuelve fría
en la penumbra del ocaso
y la sombra de mi fracaso
me persigue noche y día.
Se va apagando en la vía
la viveza de mi andar;
sólo aspiro a descansar,
cuando me toque alcanzar
la eterna noche sombría.