Llueve. La noche está tan fría.
Ninguna estrella tiene el firmamento,
plenitud de suspenso entre las sombras.
Del llanto, gris sollozo,
vértigo de vacío y soledades,
surge un ardiente ruego,
una sutil plegaria,
un aluvión de lágrimas en ristra,
un mar en miniatura
que despereza de sus olas
su blanca espuma, vaporosa nieve.
Gime desde su alcoba,
desde su perspectiva inveterada, magia
que erguida la sostiene aún con brío,
la solitaria anciana.
Abierta al claroscuro panorama
por el encanto de existir guardada
con su propio silencio de espejismo.
Y no calla su alma
ni el corazón que late sus recuerdos
trotando en inconstante cabalgata.
Ella misma se canta
y sobre sí se eleva
y a sí misma se crea y se recrea
en otros universos inaudibles
colores del color en que se plasma.
Murmullo e inquietud,
alba y ocaso,
meollo de la esencia de una historia
donde danzan las formas tristes danzas.
Llueve. La noche está tan fría;
pero ella mira al cielo
y atiza la fogata y sueña un sueño nuevo,
un mundo extinto,
más distinto que el canto en que se encierra.
Heriberto Bravo Bravo SS.CC