Es tiempo de maravillarme a solas
entre el frágil rumor de las tenues olas
aunque la pureza en verdad, trágica y bella,
se esconda en las inmundas tormentas.
Deseo terminar con las ideas funestas,
la pena de tejer la angustia en la lágrima
y los ojos perdidos entre cuencas sombrías,
deseo que la luz confusa se mezcle en el deseo
y resuene la estupidez de la nostalgia
en el firmamento donde danzan las estrellas.
El hogar del alma es el firmamento,
la sensación provocadora de huir
cuando el recuerdo te atrapa,
y ante el grito inmortal de la oscura muerte
se irá ciñendo la espada a la garganta.
Acaso piensas que mi deseo es lujurioso,
por no sé qué errores sentimentales
confundidos con la carne del desnudo
y la hambruna de la pasión desdichada,
pero la emoción también se desnuda
y se ama con cautela y se sueña con desgana.
Nosotros, mortales de esencia socarrona,
hacia el fin de los instantes y los momentos,
sentimos el amor desangrado en el olvido
y en el patíbulo de los altos cielos
-meciendo los insondables sentimientos-
desgarramos el espíritu y los recuerdos.