Cuando me asomo a tus ojos
ya desprovistos de sueños,
a esos ojos desgastados
por el paso de los años,
con los párpados cansados,
a punto de claudicar;
debajo de esas dos cejas
tan blancas y tan pobladas,
bajo tu frente arrugada
tras largo peregrinar--
Puedo leer claramente
(como se lee un libro abierto)
al fondo de tu mirada,
toda tu vida pasada
y tu futuro ya desierto
(tus años huelen a muerto,
sin que lo puedas negar).
Al fondo de tus pupilas
miro una luz muy extraña:
un reconcentrado brillo,
una llama desesperada
que no se quiere apagar,
pero ya débil, lejana.
En élla está contenida,
concentrada y resumida,
la senda ya recorrida;
todo lo que fue tu vida
de ochenta años (ó más).
Ahí se leen amarguras,
tristezas y desengaños,
como también alegrías
e ilusiones de otros días,
de aquellos primeros años
de lejana juventud.
Y una cínica actitud
de indiferencia al presente:
ya conoces a la gente
y a su humana condición,
ya sabes de la traición,
la falsedad, la bajeza,
la débil naturaleza
y, también, la desilusión,
que te ha tornado indolente.
Hoy, ya nada te sorprende,
perdida tu ingenuidad
y ya nada te interesa,
agobiada tu cabeza
por la cruel ancianidad.
La vida es simple, en verdad,
y tu has llegado a entenderla
así como a las personas:
sólo te basta con verlas
y respirar sus aromas
y, sabiamente, te asomas,
infalible, a su interior.
No hay misterios en la vida
que no puedas descifrar,
no hay dudas alrededor.
Sólo una cosa te inquieta
y roba tu sueño, en las noches;
un misterio que perdura
y no has podido penetrar,
pese a tu mente madura:
Después de la noche obscura,
tenebrosa y permanente,
a la que llamamos "muerte"
¿cuál habrá de ser tu suerte?
¿qué te espera, más allá?
Pues con toda tu experiencia,
todo tu tiempo vivido,
todo lo que has aprendido,
toda la sabiduría
que en tu vida has adquirido,
aún vislumbrar no has podido
qué es lo que existe detrás.
Contemplas con faz inquieta
lo próximo del momento,
y está vacío el pensamiento,
la religión: obsoleta;
y vacilas ante la puerta
de una ignota eternidad.
Comprendes que las respuestas
te llegarán ya muy tarde:
cuando, al final de la senda,
llegado el postrer momento,
exhales tu último aliento
y hayas traspuesto el umbral.-
Eduardo Ritter Bonilla.