La tarde se diluye entre penumbras,
arde su fuego en nuestra piel.
Como quema la sangre en mi interior,
mientras me aferro al amor,como último recurso.
Arde en mi pecho la llamarada,
que prendiste sin querer, con tu mirada.
Es ardiente el sentir, que no se explica,
como puede inflamarse en la alborada,
y se aviva, en la siesta silenciosa,
como un sopor que envuelve la pausa del estío.
De mis días que repartí en tantos sitios,
asoman por doquier las humoradas,
como señas,las que después,
se diluiran en horizontes de inforunio.
Y son claras las tardes que en penumbras,
ruedan en mudezhacia el futuro.
Y la suma que en resta se convierte,
y esperanzas e ilusiones en desdichas.
Y aquel que era sensual y lujurioso,
fué mutando su esencia sin pedir,
en platónico sentir que no responde,
por más que apremie el corazón al reincidir.