Que felicidad la de Manuela
el reloj le marcó su hora y
una espada de guerra le atravesó su corazón.
Y se olvidó Manuela de convenios,
de tejidos y conventos;
de razones, de tenencias, reglamentos,
de murmullos y sociedad.
Y abrió su alma Manuela
y la montó sobre aquél caballo de nubes
que cruzando hielos de soledades
a Manuela venía a buscar
Venía desde el Sur ese caballo,
traía por sangre un arcoiris
con ocho estrellas encendidas
Venía desde Los Andes, venía desde la Patagonía.
Venía desde la Amazonía remontando el Amazonas.
Venía bañado de Mar Caribe
y toda el agua del Orinoco
reverberaba en sus pupilas
venía desde el Norte ese caballo,
justo mas acá del Río Bravo
en él gravitaban las plumas de la serpiente emplumada.
Tenochtitlan lo vio pasar y desde allí se sintió vengada.
Venía desde el centro de América
oloroso a copal ese caballo,
perfumado con los números y la astrología de Los Mayas.
Se paró en el centro de todos los centros
y construyó el ombligo del universo.
Venía desde Haití, desde Cuba,
desde todas Las Antillas Atlánticas y Caribeñas.
Manuela lo vio llegar herido de soledades de agonías;
le abrió de par en par su catedral.
Lo huracanó de pasiones.
Lo lloviznó de besos.
Lo iluminó de caricias.
Lo dejó llorar entre sus axilas
y con los ángeles de sus manos
le exorcizó para siempre los fantasmas de soledades y agonía:
"Ya no estás solo corazón,
ya no estás solo vida mía,
hacia Santa Marta giran tus ángulos;
hacia Paita corren mis aristas
pero un hilo de plata fina
ya por siempre une nuestras vidas".