Otra vez el fuego y su rojo resplandor
aunque yo no estoy allí
como aquella vez, subido en el peñasco.
Pero está igualmente enrarecido el aire
y fuerte la angustia, que desnudo e inválido,
me dejan las llamas y el humo conocidos.
Todo lo veo en mi renovado recuerdo y el galope
en pavorosa huída, del potro, la yegua y la potranca,
enmarcados en llamaradas propias de sus bríos,
estremecen mi ser impotente y dolido.
Y queda un paisaje que hasta pueden ver los ciegos,
de un aire invisible pero que se siente
ardiente y desolado y caído en tristeza.
Pero vislumbro tras lo oscuro, un radiante resplandor
y un cielo siempre azul o límpido en las lluvias,
lleno de vida, explosión de amores.
Y renuevo plegarias como las de antaño,
en el peñasco,
para no ver más esos rojos resplandores.
Publicado en "De la espera a lo esperado" 2011