Una vez más cuando la tarde acaricia el ocaso
paseo conmigo los recuerdos a orilla del mar.
La arena de oro mis pies sella copiando mis pasos,
las aguas casi verdes borran y llevan en altamar.
La realidad una vez mas muestra mi vana vanidad,
yo que me sentía arrogante cual gladiador romano,
cada momento, en distinta escena veo diversidad.
Bebo mi orgullo mientras el vacío aprieta mi mano.
Mis pasos cada vez mas lento, camino sin rumbo,
mis ojos fríos y la boca muda, resecada por la sal.
Avanzo sereno, pero el pensamiento a lo tumbo,
vuelve en mi mente tus palabras; somos arena y cal.
La multitud de arena tal vez ahora soy yo,
que sin la blanca cal, nunca podrá ser castillo.
Al sol trago la tierra y mi andar solitaria concluyo.
Al poniente, las nubes vistió de de rojo y amarillo.
Me tumbé sobre los pastos verdes y helechos,
cerré los ojos lentamente y te dibuje en mente,
puse la mano sobre tu nombre que tengo en el pecho;
entonces escuché tu voz que me llamaba claramente.
La luna pintó tu cara y me muestra tu dulce sonrisa,
más cerré los ojos, del sueño no quiero despertar,
pero percibí en mi rostro tu tibia mano como brisa,
tú estabas ahí; y el llanto delata mi alegría singular.
El señor de los fierros
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