Tus palabras ya no hieren más a mi ser,
no escarban más mi cerebro caído,
tu voz ya no puede mermar mi corazón devastado,
ya no ultrajas más mi cuerpo herido.
Rompías con desprecio y matabas lo vivido,
los sueños construidos fueron derribados,
caímos en el fango seriamente podrido,
violamos el amor que nos habíamos forjado.
Que egoísta es la suerte de los enamorados,
cuando calla el silencio y se rompe el grito,
cuando las palabras no llegan a los oídos,
y el amor se transforma simplemente en hastío.
El cerebro es un ente injusto en las relaciones,
juega a ser juez y parte sin razones,
no le importa ser duro, no tiene distinciones
no le importa si a su paso va matando ilusiones.
Y al llegar al holocausto de la pasión,
el torbellino de las dudas se hace presente,
se va extinguiendo la luz del corazón,
y no se presume grande, mucho menos candente.
Y lloraran las noches de amplio desvelo,
aquellas que observaron un amor naciente,
que al iniciar su vida lucía con anhelo,
y hoy es un amor más en los brazos de la muerte.