Ni esas lenguas afiladas,
ni sus miradas dañinas,
ni las riquezas frustradas,
ni las sombras peregrinas,
podrán borrar de mis sueños
a mi tierra querida,
ni podrán con todo el odio
sentirme sucumbida.
Su savia me da la vida.
Su historia, el aliento
y las raices que llevo dentro
a su encanto agradecida.
Libertad a momentos
siento
cuando viajo a la deriva,
cierro los ojos y
pienso:
¡qué bonito es mi cautiverio,
qué lindo es morir en vida¡.
Sí, amor es lo que siento,
por una tierra perdida,
alejada de la vida,
pero no del pensamiento.
¡Por ti mis años daría,
por ti tierra de lamentos¡.
¡Por ti mi sangre vendía,
para saciar tu misterio¡.
¡Por ti tierra encantada,
por ti hasta el sufrimiento¡.
Y entre verso y verso digo:
que no hay cosa amás humana,
que no hay cosa más divina,
que tu estirpe,
que tu fama,
que tu historia,
que tu vida,
que tu gente, tan lejana,
pero gente tan querida.
A ti quisiera volver
para quedar algún día,
libre, bajo tu tierra
pues aún debajo se respira
ese fresco, esa pura
y nobleza cautiva,
de lágrimas del pasado
que llorar quieren en vida,
en gente nueva que sepa
amar tu gallardía.