Cuando te conocí
tenía el alma deshabitada
estaba abandonada y sucia,
los rincones llenos de telarañas
de rencores,
las esquinas repletas de posos
de amargura,
las paredes pintadas de todos los colores
del miedo,
los suelos enmoquetados de negras
pesadillas.
Por ella paseaban cómodamente
como sus unicos dueños
todos los fantasmas de mi pasado.
Pero tú con paciencia
y mucha comprensión
la fuiste limpiando
poquito a poco,
con gamuzas esponjosas
de ternuras,
con plumeros de plumas suaves
de palabras,
barriendo todos mis rincones
con escobas mágicas
de lógica y comprensión.
Desterrando enérgicamente
toda mi culpabilidad.
Y la fuiste amueblando
con sillones tapizados
de tranquilidad,
con cómodas amplias
de ilusiones,
con mullidas alfombras
de esperanzas,
con visillos transparentes
de alegrías,
con cuadros pintados
de futuro,
con cama con dosel
de deseos.
Y la terminaste habitando
con todo tu amor,
ahora eres mi inquilino amado
por y para siempre.