Ya no era mío: has preferido malvenderlo aquí,
en la subasta. El precio:
los latidos que al tuyo aún le queden.
Muy razonable es ese precio -pienso-,
siempre que todos los latidos valgan
lo mismo.
En cualquier caso, lloraré tus deudas
cuando se sepa la cuantía exacta
y la hayas de pagar;
lloraré
si me quedan ojos,
si no me embarga la pena,
la muerte,
el tiempo,
u otro acreedor codicioso.
Hasta te avalaría al modo rudo
de ese fiel mercader, fiel en Venecia;
pero más de una libra me arrancaste…
nada me pesa ya en el fiel, nada.