Bebí de tus mismos labios
el más amargo licor
que han descubierto los sabios;
bebí, rendido de amor,
tus líquidos salivales
y en sus aguas abismales
me contagiaste el horror,
¡el peor de todos los males!
De nada sirvió tomar
las debidas precauciones
para poder preservar
mi organismo y evitar
mayores complicaciones.
El contagio fue oral
y ese virus criminal
cundió en mis habitaciones.
Tú no sabías, es verdad,
que eras cero-positiva;
no lo hiciste por maldad
y ahora estás arrepentida.
Pero la fatalidad
infestó mi humanidad
a través de tu saliva
y ahora condena mi vida.
¡Maldita la hora en que yo
te recibí en mi aposento!
¡Maldito sea el momento
en que la puerta se abrió!
trayendo hasta mí el tormento
del fatal padecimiento
que la vida me arruinó.
Ahora enfrento un negro sino,
amarga fatalidad;
se obscurece mi destino
y me desespera, en verdad,
el saber que mi camino
presagia una soledad
que, envuelta en tus labios, vino
con su funesta humedad.
Los médicos me advirtieron
que ya no abrigue esperanza
(está avanzado mi mal)
y yo no busco venganza;
hicieron lo que pudieron,
mi suerte está en la balanza;
su diagnóstico me dieron:
soy ENFERMO TERMINAL.-
Eduardo Ritter Bonilla.