Hermoso ya era su cuerpo
del oficio libertario,
cuando un puñado de balas,
desde algún cobijo incierto,
innobles, lo derribaran.
Y en ese momento umbrío,
desde la austral Patagonia,
pasando a través del istmo
hasta las cimas de Alaska,
hubo un profundo quejido,
como el que expele una madre,
de duelo desconsolada.
Abrió en sus entrañas América,
una herida desmesurada,
que entre extensas cordilleras
y el Pacífico que las baña,
quería amparar los restos
del héroe que ya expiraba,
como al defensor de Troya,
cuidaron Febo y Urania.
Logró el verdugo su premio
y aquel que eligió la estrella
para iluminar las almas,
como inerte peregrino
por hoscas tumbas desanda,
hasta que, en desagravio,
la entrada de camposanto
su pueblo le dedicara.
Más, su simiente humanista
indestructible se alza,
late en diáspora sublime,
en millones encarnada,
ya con las batas níveas
dando vida y esperanza,
o con la cuartilla en ristre
dando luces, dando alas,
por comarcas incontables
carentes de blasón y blanca,
junto a quienes, siempre sincero,
toda su suerte empeñara.
Sireor Zelaznoz Allivis. Camagüey, 19 de mayo de 2020. En homenaje al 125 aniversario de la caída en combate del Mayor General del Ejército Libertador, José Julián Martí Pérez.
Lamento que el sistema no me funcione para dar formato al poema. Se vería de mejor forma.