Le robé las ansias apasionadas al viento,
para acariciar su pelo.
Le robé el polen y los inciensos exquisitos
a la primavera,
para perfumar su cuerpo.
Le robé el misterioso encanto de oscurecerse a la noche,
que es la mejor hora para enamorarla.
Es ahí donde está élla encendida
roja como una rosa al final del ocaso.
... respiré hondo, y volví mi mirada hacia las honduras de la noche,
y quise robarle ahora una estrella,
para que reluzca en el pecho de mi amada.
Cerré los ojos un momento,
y soñé con el encuentro.
y al abrir los ojos
y ver la realidad,
me ví preso
entre sus largas trenzas,
entre sus brazos,
y entre su cuerpo perfumado.
Quedándome ahí preso toda la vida,
toda la vida junto a élla,
a la que también le robé su pureza.