Confiame tu voz, porque la palabra,
justa y decidida, no confunde
con el ruido de la desesperanza.
Confíame tu piel, porque las manos
merecen, entre cielos y artilugios,
la magis de sentirla
sin escrúpulos ni prejuicios.
Confiame tu alma, la voy a cuidar,
como se cuidan esas cosas, divinas,
atesoradas desde el centro del
corazón.
Confiame tus enseñanzas, necesarias y
virtuosas, porque aprendemos siempre,
en la constante versión de cada uno
de nuestros días.
T confíame el cuerpo, el placer,
el goce y la reververancia audaz
que pones, cuando mis momentos
te enmudecen.