Álzase gigantesco, con la cumbre
en su prístina aurora, recio tronco;
báculo se ciñe en su contorno
como único señor donde se hunde. 
Sobre su áurea figura se sacude
manantial, polvo frío y alto horno
-su corteza, raíces y sus hombros-
por agua, nieve y sol, presto se pudre. 
Y, extraño, hora a hora, con el grillo,
partiendo en dobles lados su dureza
sus dedos flacos cuelgan sus anillos 
que se pierden al punto. Y todo el brillo,
negro fulgor ya, ensalza su torpeza 
y vierte por el mundo su polvillo. 
Así es el árbol de la vida de la aurora
que nace, vive, sueña y mudo se evapora.