Presiento la rosa en el tallo dormida,
Pronostico las caricias y presiento la pena.
Y el beso que haz de darme, que no se lastime.
Presiento que me quiere quien no puede quererme.
Y en mis versos su huella y la risa que pasa,
Y la duda que secara, lo que pasa en la tierra:
La caricia el llanto, el beso, el poema.
Que a los poetas los contagia, el sufrimiento,
Inventar más colores y escribir padre nuestro.
Si el mar es infinito y tiene música,
Si las olas son armonía mística,
Si el alba es amarilla y el ocaso rojo,
Escribir unas décimas, y fabricar sonetos.
Y poetas que madrugan para escribir versos,
Y jamás leen un libro, y adornar al humilde.
Para pisar mejor el barro, se pones las botas.
¿Quien dice que en nuestros versos no hay pájaros?
¿Qué son estos gritos, si no aves heridas?
No amar lo caduco, lo seco, lo blando.
¡Los poetas amamos a la sangre!
¡Estamos hartos de cuentos!
¡Y que aprendan los ñoños que el viento es el viento!
Y que cuando se ama, se ama,
Y que sólo es pecado el mal comportamiento.
¡Hay cosas colgadas que lastiman!,
Estoy triste y no sé por qué; he bebido amor, del mismo amor
Y aún tengo sed. Más no lo diré.