A mi madre (in memoriam)

Sin que supiera amar, tú ya me amabas.
Al abrigo de tu alma yo crecía
y todo lo que en mi alma yo sentía,
madre mía ¡qué bien lo detectabas!
Si sentía un dolor, tú lo sentías
y si hallábame en paz, en paz estabas.
Tanto amor hacia mí manifestabas
que, palpándote el vientre, sonreías...
Transcurrieron los meses y los días.
Yo soñaba en besarte y tú en besarme.
Pataleaba tan sólo de soñarme
en tus brazos y entre mis fantasías
te veía dormir y yo a tu lado
custodiando tu sueño con tal celo,
que el mejor de los ángeles del cielo
no podría quedar más apostado.
Y por fin llegó el día en que naciera.
Te olvidaste de ti, de tus dolores
y en un manto de lino y entre flores
que evocaban la dulce Primavera,
me envolviste en un mundo de caricias.
¡Qué sublime el amor entre tus brazos!
Era Dios que vertiéndose en pedazos,
en tus brazos hallaba sus delicias.
¡Cuánto, cuánto aprendí de tus cuidados,
dulce madre, mi madre, mi tesoro!
¡Cuántas cosas hermosas que hoy añoro
en suspiros por más, desesperados!
Tú te has ido y...no sé; pero...te fuiste.
No sé a dónde o por qué. No lo comprendo.
Mi oración con palabras que no entiendo
hoy, postrado en tu fosa, rezo triste.
No te puedo olvidar. ¿Qué quieres que haga?
Ya mis noches sin ti son más oscuras.
Oigo al viento plañir mis amarguras
como un eco que punza más mi llaga.
Dondequiera que estés, en donde sea,
no te olvides de mí. Sé que me esperas
y aunque no haya en mi vida primaveras
y aunque pierdan los mares su marea,
yo contigo estaré tarde o temprano.
Cesarán mi infortunio y mis desgracias.
A tu oído, en secreto diré: ¡GRACIAS!
por tu amor tan divino y tan humano.
Heriberto Bravo Bravo SS.CC