Ponga en mi pecho su oído mi niña,
para sentir el amor que le tengo,
es que en el alma de veras se lleva,
lo que pregona el latido sincero.
Que sin descanso lo anuncia en el día,
y sin cesar en la noche también,
se acabe pronto lo ansía en mi esencia,
que entre las olas quisiera soñar.
Tan silencioso que brilla su rostro,
parece oír el sonido del mar,
sus perlas mezclan sonrisas y cantos,
y en los acentos elevan lo eterno.
Es como un postrer arranque de gozo,
que hace volar en las nubes los sueños,
vuelan los ecos de dicha sin fin.
Lupercio de Providencia