Cual una rosa no puede habituarse,
a esos fulgores tan claros del sol,
y con la frente inclinada soñando,
esperanzada desea la noche.
Es su adorada la luna serena,
que con sus rayos despierta la dicha,
ante sus besos descubre un perfume,
y en su mirada enrojece su rostro.
Mas en la brisa se eleva su esencia,
de amores gime y sueña contenta,
las lentas olas del río se bañan,
bajo del Puente Arco-iris silente.
Tan de colores su vida se llena,
junto a las flores y al árbol testigo,
sus labios rojos sonríen felices,
y con sus ojos seduce a su amante.
Lupercio de Providencia