“Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse
en Ti”
( San Agustín, “Confesiones”)
¡Cómo me enamora la belleza descarnada
de cada alma al caminar!,
aunque su paso, como el tuyo,
sea fugaz.
No te pongas celosa, mujer,
que son sólo las migas-no carne-
que mi ángel va dejando
para que no me pierda en este camino
sin desbrozar.
Pero,
¡qué hambre me dan, mujer,
qué hambre!
Si pudiera le robaba a Dios
ya un poquito, un poquito
de su manjar.
Que los perros se repartan toda la ambrosía
de los dioses.
Yo me quedo con mis migas,
las que se deje robar.