Dejo estas colinas de verdores desparramados
por las cortadas hacia el mar del fondo,
-espejo que gravita entre el cielo y el suelo-;
mar de pelaje hirsuto o dócil o huraño
acariciando el acantilado, haciéndolo arenilla...
Dejo estas costas y estos aires, respirados sin tregua
en el inmenso forcejeo de la vida, amarilleados o azulados
por la avaricia que forjan las piedras romas de lapislázuli, cataduras de un suave
y eterno besuqueo... Piedras redondas como lunas
que se desplazan hacia la playa para recrear las miradas
del paseante... Transparentes como medusas, traslúcidas
como el alma de un culpable...
Dejo estos lares sin melancolía, sabedor sin sentido
de que la luz del sol brilla allá donde exista planeta,
sólo que a horas alternas... Sabedor sin sentido
de que el cielo tiene más estrellas
según la brújula marque al Norte o al Sur
del corazón... Que la vida es una escala de peldaños huidizos,
amartillados o blandos, según el caudal del Acaso...
Dejo estas colinas de verdores frondosos, suavizados
por el azul del piélago marino eternamente inquieto y relamido,
de colores combinados y olores bizarros de mariscos,sabedor
de que en el horizonte hay una ciudad de verdes praderas donde el tiempo
no pasa y no sueña, sólo descansa en paz... Sin agobios
ni oprobios... Voy a esas verdes praderas, donde los búfalos pastan salvajes, con la mochila vacía;
sólo me llevo la esperanza...
pio espejo 27 marzo 2006