Que hacés viejo!
Con los missmos berretines del ayer
y las mismas consecuencias del presente.
No te voy a visitar, ya te solté,
e irremediablemente mis manos
hiceron caso omiso a tus reclamos.
Acudo a la cita obligada del recuerdo,
aún extemporáneamente ausente
de algunos ciclos viciados
de fantasmas.
Tengo el café en la mesa,
la de siempre, la de la charla
renacentista y las discusiones
avasallantes.
Me veo en los ojos de tu adiós
cuando la última campanada,
asomó en la tarde de aquel 29.
Tu sofá blaco, rojo de la insignia
de los setenta, tu mirada a la deriva,
como buscando la explicación
de tanta insuficiencia, el reloj
de la vida se detuvo a las 14 y 10,
las agujas de la muerte,
unos años atrás.
Que hacés viejo!
acá me ves, dilapidando mis letras
para que sepas, que he perdonado
todo, que te he entendido,
que no reniego de tus decisiones,
que me acostumbré
a que el tiempo es tiempo y
lo demás es sobrante,
que esa silla vacía
en el bar de los nostálgicos
tiene dueño, que nadie la ocupará,
mientras el café
humeé en tus silencios.