Me llueve la Tierra firme,
las hojas cetrinas
que van quedando
en los árboles maduros.
Me llueve el viento álgido,
el verano encelado.
Me llueve el pensamiento,
el olor a linfa
de una lucha incierta.
Me llueve el instinto,
el sabor acre de la noche,
la mañana eterna
de un día cualquiera.
Me llueve la distancia,
que se acerca presta
a los ojos ajenos.
Me llueve sin medida,
la que más se acerca,
la que mejor se nota.
Me llueve el dolor,
que me asusta y se resiste,
y no me importa.
Me llueve el hambre,
de la gente inteligente
de la que sigue adelante.
Me llueve el sonido,
de la calle, del aire,
de los pasos largos,
de los callados tristes.
Me llueve la tempestad,
que limpia al cicatero,
dejándolo hialino.
Me llueve el ocaso,
que me calma y me mece,
y cuando llega el crepúsculo,
me llueve, me consuela
y me acecha el instante,
que espero y deseo
me llueva y me moje
hasta el último trance.
Enrikt