El ángel de las cloacas
tiene las alas de esparto
y en sus ojos se destilan
lágrimas de cal y asfalto.
Camina por la inmundicia
como un personaje trágico,
recogiendo las gargantas
de poetas y de sátiros.
Aún defiende un viejo imperio
como un héroe destronado,
y su lanza es el olvido
que se escurre entre sus manos.
Es un ángel sin corona,
sin laurel y sin pecado,
Roma se hunde, Troya ha ardido,
y anteayer cayó Cartago.
Y aún perforan la noche
gritos e muerte y de espanto,
y aún lloran los cadáveres
de mil niños espartanos.
Y el ángel se retira,
como un lúgubre payaso,
con mil máscaras que ocultan
su corazón funerario.
Sus alas llenas de tinta
saben a hiel y a pasado,
con carbón en las encías,
llena de fuego sus labios.
Y yo me siento con él,
fiel cómplice de su llanto,
pues el amor dio las alas
que luego supo arrancarnos.
Y es que todos somos ángeles
descaradamente humanos,
que aprendemos a volar,
hasta que nos estrellamos.