Son esas horas calladas,
silenciosas, de la tarde,
cuando la luz se va, huyendo
de las vespertinas sombras
y las aves presurosas
regresan hasta sus nidos,
con la alegría y la inocencia
plasmadas en su bullicio.
Cuando, lento, muere el día
y el sol se oculta en los montes,
cuando en el campo decrece
la actividad de los hombres
y hasta la naturaleza
(más sabia que las ciudades)
se dispone a descansar.
Entonces surge en mi mente
tu imagen clara y precisa
y tus cabellos, entre la brisa,
se agitan tan suavemente;
es entonces el recuerdo
de tu faz y de tu voz
el que se anida en mi pecho
y aviva mi sentimiento,
mientras vuela el pensamiento
hacia tí, raudo, veloz.
Entonces es la nostalgia
la que me envuelve y me agita
mientras mi boca musita
tu nombre, como de magia,
en mi ferviente invocación.
Entonces, una oración
nace de mi corazón
y eleva, febril, mis ansias
buscando salvar distancias
y acude hasta tí, impaciente,
para buscar en tu mente,
tu abrigo y tu protección.
Es entonces mi ilusión
más vívida y persistente,
y acuden como un torrente
las palabras a mis labios
para perderse en el viento
tan pronto son pronunciadas.
Se encuentran tan alejadas
nuestras vidas de momento,
que me resulta un tormento
y a la vez una alegría
pensar en ti, vida mía,
pues eres el complemento
que le falta a mi armonía.-
Eduardo Ritter Bonilla.