Lleva un bastón de batallas perdidas
una mochila, de lo que nunca llenó
usa gafas, para que el sol
no le llegue a quitar los sueños de la noche.
Se adorna con medallas
de meritos nunca merecidos
que acuna en sus delirios.
Una gorra intemporal
le hace de techo
y cuelgan de él unas llaves
de algún castillo del ninguna parte.
Sus zapatos blancos
confunden sus pisadas
con las prisas de palomas
confundidas, en un asfalto sin agua.
El tonto de mi barrio, regala, cada mañana
una sonrisa, mitad alegre, mitad extraña.
A los gorriones, a las palomas, a las batallas…