Como cualquier otra noche, sentado en la mesa, miré de reojo al pasado y pude apreciar la presencia eterna de mis padres, el uno se sentaba frente al otro, mi padre lo hacía mirando a su jardín, mi madre por el contrario lo veía a él. Ellos conformaban una linda pareja de las que ya no existen, o quizás suceda en telenovelas, lo digo pues jamás mi padre miró a otra mujer y cuando se refería a ella lo hacía con respeto, admiración y calor. Hoy viernes, saboreando unas habichuelas verdes con carne y alcachofas, por más que quise, no pude separarme de sus recuerdos, de sus palabras, de sus acciones. En la eufórica alegría que sentí no podía pasar por alto el momento y lo quise dejar impreso para que otros miembros de la familia aprendan, practiquen y sepan que cuando uno ama y a uno lo aman es de por vida, es un sentir que se fortalece, que no perece y que afortunadamente nos acompaña en los días pesados, en los que un sabor no apetecible pareciera que nos quisiera tomar por sorpresa, pero que gracias a nuestros hermosos recuerdos, no tiene cabida, no es capaz de doblegarnos. Hagamos lo que es justo, demos valor a nuestros recuerdos y que nuestros seres queridos nos acompañen para que además de sentir su calor, revivamos la felicidad. Samuel akinin levy