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“Dale de comer rosas al burro y te responderá con un rebuzno”.
Por: Anónimo.
“El pobre rocinante murió convencido que su amo lo adoraba y lo dejó abandonado a merced de los buitres”.
Por: M. Ebratt
Allí estaba el “sabio” Rocinante de cascos carcomidos.
Rabo lánguido y Moscoso.
De crines cansadas como flores marchitas.
Presumía de elegancia y de intelecto.
Los relinchos eran anémicos y dolorosos.
Merodeaba las escuelas y las alcaldías.
También las iglesias y las abadías.
Alardeaba de influencias burocráticas.
Hablaba incoherencias de su extraña estirpe.
Su paraplejía crónica simulaba ser un equino de paso.
La boca hierbosa mascullaba sonidos de orate.
Su excremento público reñía con el gran Carreño.
Le encantaba cargar la malicia de su amo.
En su lomo llagoso resistía el peso del botín hurtado.
El amo no consideró nunca su miseria.
Era un rocinante estoico y sin valor a la queja.
El silencio era símbolo de su abnegación.
Sus patas desmirriadas jamás osaron patear su suerte.
Era el rocinante fiel que aceptaba su destino.
En su alma no había rebeldía.
Nunca quiso incomodar a su dueño.
Amaba con desmesura la imagen de su amo
Muchas veces ofrendó su vida.
Una vez habló con tigres, gatos y leones.
Aprendió la ferocidad de seres sin almas.
Simuló la humildad y ocultó el crimen.
Los animales no matan ni tienen el espíritu humano.
Se volvió Aladino farfullando palabras extrañas.
Había en su alma una vocación impostora.
Su mundo era de altares y casullas.
Mató a miles de creyentes con hostias de arsénicos.
Quemó los libros del mundo.
Odió ciegamente a Giordano y a Galileo.
Ocultó la verdad a los humanos.
La espesa oscuridad asfixió los espíritus.
Todo lo dejó consumado.
Se miró al espejo con extraño asombro.
No entendió nunca su metamorfosis.
Aún seguía siendo el rocinante, lánguido y Moscoso.
Lloró frente a su amo.
Siguió su lánguida rutina.
Nunca hizo nada por su alma.
Perfeccionó su condición de bestia.
Murió como un rocinante más.
Fugaz y triste fue su destino.
El amo siguió su carcajada sin dolor alguno.
El mundo ignoró su existencia.
Nada inútil se podrá recordar.
Por: Manuel Guillermo Ebratt Doncell
Barranquilla, Diciembre 13 de 2015.
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