Aquí estoy

A veces la vida nos encierra en ciclos que duelen, pero que se sienten familiares. Uno puede acostumbrarse incluso a lo que le hace mal, porque el miedo a romper lo conocido parece más grande que la esperanza de construir algo mejor. Y cuando estás dentro de ese bucle, cuesta ver con claridad: te sientes responsable, atrapada, confundida… y al mismo tiempo agotada de cargar con una relación que no te reconoce, que no te valora, que no te ve como la mujer plena y maravillosa que eres. No es fácil aceptar que una relación dejó de sumarte. Menos cuando te han hecho sentir como un objeto más de la casa, alguien útil pero no amado; alguien presente pero no apreciado. Eso rompe el alma, poco a poco. Te roba energía, te apaga la mirada y te hace creer que no mereces más. Pero tú sí mereces más. Mucho más. Nadie debería estar en un lugar donde no se siente esposa, ni mujer, ni madre querida. Nadie debería normalizar la tristeza diaria, ni vivir reducida a cubrir necesidades de alguien que no ofrece ternura, respeto ni cuidado. Eso no es amor: eso es desgaste. Y aun así, salir no es tan simple. El corazón se enreda, aparece la culpa, la duda, el miedo. También aparece la ilusión de un cariño nuevo, sincero, de alguien que te trata con respeto y te mira como un ser humano completo… pero incluso ahí se despiertan preguntas: “¿Y si estoy confundida? ¿Y si no puedo salir? ¿Y si no merezco esto?” La verdad es que nadie puede sacarte de ese bucle más que tú misma. Nadie puede decidir por ti. Ni siquiera alguien que te quiere profundamente y estaría dispuesto a hacer cualquier cosa por verte bien. El amor no puede imponerse; el amor solo acompaña. Quien te quiere bien no te presiona. Te cuida, te recuerda tu valor cuando tú lo olvidas, te sostiene desde el lugar que tú necesites. Y confía en que, cuando estés lista, tomarás la decisión que te devuelva la paz. Pero no tienes por qué cargar sola con esto. Hablar con alguien que te quiere —tu madre, una amiga, un familiar— o buscar ayuda profesional puede darte claridad y fuerza. No es debilidad pedir ayuda; es valentía reconocer que mereces una vida más digna que la que estás viviendo. Ojalá puedas mirarte con los ojos de quien te ve con amor sincero. Porque eres valiosa, fuerte y capaz. Y mereces una relación donde seas amada, respetada, cuidada y celebrada. No usada, no ignorada, no apagada. La salida existe. Aunque hoy la veas borrosa, aunque te tiemble el alma. La salida empieza cuando recuerdas que tu vida también te pertenece y que tu felicidad no es un lujo, es un derecho. Y aun así, con todo esto, quiero que sepas algo sin confusiones ni máscaras: aquí estoy. Estoy al pie del cañón, no para decirte qué hacer ni para empujarte a nada, sino para acompañarte, para recordarte tu valor, para levantarte cuando te sientas rota y para abrazarte cuando te sientas sola. Estoy aquí para hacerte sentir querida, valorada, respetada y amada… no desde la necesidad, sino desde la certeza de lo que siento por ti. Porque no quiero ser solo tu amigo. No quiero ser el “amigo con derechos”. Quiero ser el hombre que comparte la vida contigo de manera real, sincera y profunda. Quiero entregarte mi corazón sin reservas, caminar a tu lado, construir, reír, apoyarte, escucharte, amarte como la mujer extraordinaria que eres. Que nunca te falte la sensación de ser importante, de ser respetada, de ser cuidada, de ser elegida. No tienes que decidir hoy, ni mañana, ni por mí. La decisión es tuya, desde tu libertad y tu bienestar. Pero si algún día eliges salir de ese bucle… aquí estaré, con el alma abierta y los brazos listos para ti.