Las calles duelen, de féretros y parquímetros
hundidos en la manzana de los vendedores
de fantasías, cada latido de felonías
cada submundo de parcelas inundadas
de viejas paredes, de ladrillos húmedos
y callejuelas de silencios.
Cada ramillete de prejuicios y perjuicios
al nudo propietario de casas
sin número razonables, con licencia
para matar y justicias de vendas rojas,
porque las calles duelen, agobian,
ceden y mastican la bronca de los humanos
perpetrados entre rejas invisibles
de seguridades inviolablemente
violadas.
Y después de todo, el obscuro peregrinaje
de las vigilias dormidas, de las
conciencias apagadas cual luces sin timón
de neones, y después las calles, la brea
pintando óleos de incestos perversos...
y después cuando la calle duele, me recuesto
en sus aceras y te lloro.